A LA MALDITA MUERTE...
-Audroc-
(Del Libro: “Transponiendo...El
Iris”)
Quisiera Dios, que un día,
pusieras en mis manos,
tu savia de alfarero y así
poder lograr,
sobre la misma muerte formar un
cuerpo humano
y luego darle El Soplo, para
que empiece a andar.
A sus vacías cuencas las
llenaría de cielo
para que viera todo tras un
brumoso tul,
y que sus noches fueran
estrellas por el suelo
ante el velado sueño del
caballero azul.
Pondría ante sus ojos divinas
primaveras
para que fuera rama de luz
pronta a espigar,
y llenaría su frente febril con
las quimeras
de la policromía de un amplio
rosedal.
La volvería al Principio de
Todos los Principios,
virgen y pecadora, dentro del
propio Edén,
y en un espejo de aguas
deshojaría sus ripios
por la serpiente puestos para
ocultar el bien.
En un festín de Baco, yo haría
que las uvas,
sus ramos desgranaran racimos
del vergel,
y su excitante cuerpo por las
adustas cuevas
perdiera los caminos en
extravío cruel.
Haría que grotesca la infame
desolante
replegara en sus alas la
estirpe de Caín,
y en su beodez creyera, pudiera
ser amante,
volviéndose septiembre en
invernal sin fin.
Quisiera, también verla sufrir,
desesperada,
vencida y de rodillas,
sollozante después,
teniendo entre sus manos a la
cabeza amada
con nueve lunas muertas
deshechas a sus pies.
Entonces, Alfarero, mi anhelo
inconsolable,
desearía en mis dedos que la
hicieron nacer,
desgajar lentamente su carne
vulnerable
y arrancarle los ojos con los
que pudo ver.
Después, perdido El Soplo, que
vuelva a ser aquella
del cetro de la angustia por su
espectral misión,
y advierta que en su cielo no
hay una sola estrella
y a su jardín lo aroman flores
en desazón.
Quisiera que doblada sobre la
tumba amada
se ahogara en esa angustia de
no poder llorar,
y rodara en su rostro la
lágrima callada,
quemándole los ojos, sin su
fuego apagar.
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